La iglesia globalmente siempre ha sido conocida por la música que sale de ella. Canciones que se convierten en himnos que resuenan en nuestros corazones. Un sonido que hace eco en nuestro interior y se une con las voces de otros.
Las canciones que se cantan cada domingo o en cada evento no existen simplemente para llenar un espacio de tiempo. Hay intención y propósito en cada momento de adoración.
¿Por qué adoramos? Porque al adorar, decidimos dejar de ver hacia adentro y levantamos la mirada a los cielos. Al adorar, recordamos, descansamos, y es ahí donde nuestra fe cobra fuerzas.
Poner nuestros ojos en Jesús nos hace recordar la grandeza de su sacrificio en la cruz, al haber dado su vida por nosotros. Cuando levantamos nuestra voz, se callan todas las voces que hay a nuestro alrededor, eso nos lleva a encontrar la paz que sobrepasa todo entendimiento. Al adorar en medio de las dificultades, nuestra fe se vuelve resiliente, porque ahí nos damos cuenta de que la bondad de Dios nunca se acaba y su misericordia es nueva cada día.
Adorar debe ser parte de nuestra esencia, porque al hacerlo nos vaciamos de nosotros mismos, mientras nos llenamos de fe, visión, gratitud y esperanza.
Dios se revela a nosotros en medio de la adoración. Nos acercamos a él y él a nosotros, entonces todo nuestro panorama cambia.
¡Vivamos vidas grandes, saturadas de adoración honesta y real!