Desde el momento en que somos salvos, nuestra vida deja de tratarse de nosotros y empieza a tratarse de los demás. Somos llamados a “amar a Dios y amar a las personas”; a darlo todo por su causa.

Es importante entender que no edificamos algo temporal, sino eterno. Por esta razón, nuestro sacrificio y compromiso con su causa no pueden ser temporales.

Jesús nos llama a vivir nuestras vidas en la segunda milla. La primera milla es aquello que se espera de nosotros, pero la segunda es lo inesperado.

¿Qué pasaría si hiciéramos de la segunda milla, lo inesperado, nuestro estilo de vida?

Te animo a que estés dispuesto a darlo todo, entendiendo que, al hacerlo, amas a Dios y a las personas. Su casa, su iglesia, necesita lo mejor de cada uno de nosotros para tener el impacto para el que fuimos llamados.

Jesús pagó un precio, pero ese costo no fue nada comparado con la causa. Cuando nos enfocamos en la causa, el costo pasa a ser insignificante. ¡Vale la pena dar nuestras vidas para edificar iglesias que impactan y trascienden generaciones!