“¡Señor, aquí estoy, úsame a mí!”  ¿Alguna vez has orado así?

Recuerdo que cuando era más joven hice esa oración. En ese entonces, que el Señor me usara no implicaba hablar en público, sino limpiar los baños de la iglesia o arreglar las sillas. Entonces, la iglesia consiguió un minibús para traer y llevar a las abuelitas a las reuniones.

No era un servicio glamoroso, es más, nadie quería hacerlo en ese entonces. Pero yo, en mi corazón, tenía la convicción de servir a Dios, así que levanté la mano. Terminé manejando el minibús hasta la una de la madrugada para llevar a las abuelitas a sus casas.

Si hay algo que amo de la iglesia, es la fidelidad de las personas. La fidelidad de esa mamá que toma el tren y viaja dos horas con sus hijos pequeños para servir en la casa de Dios. La fidelidad de ese joven que dispuso en su corazón ofrendar con alegría, o la fidelidad de cada persona que sirve incansablemente y lo da todo por edificar el reino de Dios.

Dios nos ha llamado a usar lo que tenemos en las manos para llevar la carga que él puso en nuestro corazón. ¿Qué tienes en la mano el día de hoy? ¿Qué vas a hacer con eso?

La fidelidad es un fundamento firme sobre el cual Dios puede construir. Puede que pienses que nadie ve lo que haces, pero Dios lo ve, y si eres fiel en lo pequeño, tendrás el fundamento para sostener todo lo que él quiere poner en tus manos.