Cuando me preguntan sobre una iglesia saludable, no puedo evitar hacer referencia a la palabra en Salmos 92:12-14. Si queremos florecer, Dios nos llama a estar plantados en su casa. Porque su casa no es un lugar que visitamos, sino un lugar al cual pertenecemos.
La iglesia se trata de una familia que adora y crece junta, que en momentos de necesidad está allí para darse, para orar, para apoyarte y acompañarte.
Recuerdo hace muchos años, el tiempo previo a que mi papá se graduara a la eternidad. En sus últimos siete meses de vida, prácticamente pasábamos día tras día en el hospital. Cuando me tocaba ir a la oficina, terminaba de trabajar y pasaba a buscar a Lucy y a mis hijos para visitar a mi papá y estar con él.
Durante toda esa época, que fue un momento personal muy duro, me encantaba que teníamos visitas de la iglesia tres o cuatro veces por semana. Los pastores y otros miembros de la congregación venían a orar por nosotros y en muchas ocasiones nos traían comida o nos mandaban cosas que necesitábamos. Estaban ahí para apoyarnos.
Esa es la ventaja de ser parte de una comunidad de fe. Una casa saludable es familia que te rodea y te contiene.
En Romanos 12, Pablo nos dibuja una imagen de cómo debe ser la iglesia, nos desafía a formar una comunidad saludable, donde cada individuo se sienta incluido, amado y valorado.
Una casa saludable se cultiva con amor genuino, acciones generosas y respuestas inesperadas, o como dice Pablo, venciendo el mal con el bien. ¡Una casa saludable se cultiva con un corazón saludable!
Tú y yo somos la iglesia, y determinamos su cultura. Tenemos en nuestras manos la oportunidad de edificar una casa donde las personas se puedan plantar, florecer, desarrollar su potencial y alcanzar el propósito que Dios tiene para sus vidas.