Escuchamos mucho sobre la importancia de establecer metas, pero a menudo el énfasis está en las metas externas, que tienen que ver con avanzar en la vida: lograr el éxito profesional, obtener buenos ingresos, etc. No me malinterpretes. Todas esas cosas son objetivos importantes que debemos tener. Todos tenemos el deseo dado por Dios de vivir en nuestro máximo potencial.
Sin embargo, al mismo tiempo, es sabio saber que el éxito tiene sus propias trampas. Una mayor posición, riqueza o estatus pueden ser un gran impulso para el ego, pero también traen consigo mayores tentaciones con las que lidiar. La cruda realidad es que el poder, la prominencia y el orgullo pueden ser como el ácido de una pila o batería para el espíritu, erosionándonos por dentro si no prestamos atención al tipo de personas en las que nos estamos convirtiendo. Por eso, si bien es bueno querer salir adelante en la vida, es aún más importante preguntarse: ¿en quién me estoy convirtiendo en medio de todo esto? Ahí es donde aparecen las metas internas. Dan forma a nuestro ser interior, que es desde donde vivimos.
Imagínate si tu objetivo principal en la vida fuera vivir a la manera de Dios. Lo siguiente sería tu porción. Según Gálatas 5:22–23 (MSG): ‘Pero, ¿qué sucede cuando vivimos a la manera de Dios? Él trae dones a nuestras vidas, de la misma manera que la fruta aparece en un huerto: cosas como el afecto por los demás, la euforia por la vida, la serenidad. Desarrollamos la disposición a permanecer, el sentido de compasión en el corazón y la convicción de que una santidad básica impregna las cosas y a las personas. Nos lleva a involucrarnos en compromisos leales, sin necesidad de forzar nuestro camino en la vida, capaces de reunir y dirigir nuestras energías sabiamente.
La buena noticia es que cuando estás profundamente arraigado en Jesús, dar fruto es inevitable. Jesús promete en Juan 15:5 (TPT): ‘Yo soy la vid que brota y vosotros sois mis ramas. Siempre que viváis en unión conmigo como vuestra fuente, el fruto brotará de vuestro interior”.
Tu parte es prestar atención a lo que el Espíritu Santo está haciendo dentro de ti y aplicarlo en tu vida diaria. Por ejemplo, practica la paciencia y la bondad de manera constante y con el tiempo, te volverás más paciente y amable, de la misma manera que, si ejercitas un músculo, éste se vuelve más fuerte.
En esta forma de vivir es donde radica la verdadera libertad. Romanos 8: 6 (MSG) dice: ‚La obsesión con uno mismo en estos asuntos es un callejón sin salida. En cambio, poner nuestra atención en Dios nos conduce hacia afuera, a una vida espaciosa y libre”.
Versículos:
Gálatas 5:22–23
Juan 15:5
Romanos 8:6